miércoles, 22 de mayo de 2013

Aprender a morir


«Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo
por Dios, por mí, por mi dolor acerbo,
por tu poder fatal
dime si alguna vez a Leonora
volveré a ver en la eternal aurora
donde feliz con los querubes mora »;
dijo el cuervo: «¡Jamás! »

Poema El Cuervo-Edgar Allan PoeLa muerte está presente en nuestras vidas en cada momento, es multiforme, se acerca a nuestras vidas como una sombra que se posa sobre nosotros, nuestros seres más queridos y sobre toda forma de vida en la tierra, arrasa como un fenómeno las poblaciones. Es la enfermedad, es la muerte contra lo que se lucha, es a lo que añoramos escapar, a la muerte súbita, a la muerte lenta, a desaparecer sin dejar ningún vestigio de nuestra existencia en este planeta.
La finitud humana es la cuestión vital, sabemos que moriremos, sabemos que nuestros familiares y amigos morirán y no podemos hacer nada al respecto. Es una certeza que tenemos día a día y que nos angustia, nos abruma.
En Grecia, los mitos fueron los primeros en retar a la muerte.  Los héroes burlaban la muerte una y otra vez y lograban la inmortalidad. Inmortalidad en el sentido más etéreo pues, se conseguía solo después de morir en combate.
Este es uno de nuestros mayores afanes, ser inmortales como los héroes, ser inmortales a través de un acto, de un logro, ser recordados eternamente sino podemos ser eternamente cuerpo presente.
Desde los albores de la existencia los hombres, seres sociales por naturaleza han visto la defunción de sus semejantes, de sus parejas de sus descendientes. ¿Qué hacer ante un cuerpo que ha perdido la movilidad, los sentidos? Los primeros hombres deben a ver visto semejante suceso. El entendimiento de aquel primer hombre no estaba lo suficientemente desarrollado para racionalizar este hecho.
Debió haber sido una revelación para él, una revelación que infundaría el miedo, puesto que,  si bien a veces la muerte llega advertida después de un accidente o una enfermedad, también puede llegar sin previo aviso. ¿Cuánto miedo sentirían aquellos seres sin saber la causa de una muerte? ¿Cuán angustioso vivir sin saber si él o el que camino a su lado caerá irremediablemente sin volver a levantarse.
Se tiene conocimiento de los primeros ritos funerarios del hombre que se remontan al período mustiense en el paleolítico, dónde los hombres tomaron consciencia de la muerte y comenzaron los ritos de inhumación. Los cuerpos se decoraban con cabezas de animales y flores, se enterraban con armas, para que el difunto pudiera procurarse el alimento en el más allá.
¿El más allá? Aún hoy, lo que acontece después de la muerte es un misterio. Tal vez las civilizaciones antiguas fueron sabias en preparar a los cuerpos para un viaje, para una vida después de la muerte. Los griegos debían pagar el pasaje a Caronte, los egipcios crearon el Libro de los Muertos para guiar a los difuntos en ese recorrido de ultratumba, y los dotaban de riquezas. La muerte era tan importante como la vida.
Sin embargo, no podemos estar tranquilos, la muerte nos hace vulnerables, nos atemoriza, tememos la muerte de aquellos que amamos más que la propia. Por miedo a la soledad, por miedo al recuerdo, por miedo al olvido. Tomamos fotos, hacemos pinturas, dibujos, esculturas. No sabemos vivir con la muerte, y por eso ansiamos morir antes que aquellos que amamos. Porque la muerte es dulce y apacigua el miedo y el dolor, pero solo si es la nuestra.
Buscamos prolongar la presencia por medio de algún soporte material que podamos atesorar, para evitar el olvido; pero le tememos a la imagen porque evoca el recuerdo. Pero es necesaria, es necesaria la imagen de aquellos que no están, porque si ya no caminan entre nosotros, deben seguir acompañándonos, nos aferramos a ellos y no los dejamos ir.
¿qué podemos hacer con esa angustia de vivir en dos tiempos diferentes al propio? Pensamos en el pasado, recordando a los que no están y angustiados por el futuro pensando en aquellos que podemos perder. ¿cómo aceptarlo, cómo aceptar nuestra mortalidad?
Ésta es la sociedad de las ansias de inmortalidad, de la preservación, de la juventud. No nos interesa solamente ser inmortales, queremos ser bellos hasta el día de morir, nuestra medicina se refina cada día más para retardar el proceso. Luchamos fervorosamente contra la muerte.
Pero llega el momento en que vemos la muerte junto a nosotros y somos impotentes, la única manera de aprender a morir es aprendiendo a vivir con la muerte. Honramos la vida y despreciamos la muerte. Pero sin muerte no habría vida, por lo menos no podríamos discernirla y apreciarla, ésa es la paradoja.
Tal vez lo necesario es honrar a la muerte, así como honramos a la vida, porque es la que permite el descanso, es la permite la vida, es el equilibrio que completa el ciclo vital.
No podemos dejar atrás nuestras imágenes, porque no podemos olvidar nuestros muertos aunque así se quiera, no podemos dejar atrás nuestros ritos; estos ritos funerarios son necesarios para el hombre, ayudan a aceptar, a hacer el duelo, a despedirse. No podríamos estar tranquilos sabiendo que nuestros seres más queridos no están bien, que sufren, que padecen. Los ritos son para nosotros, para nuestra tranquilidad.
La muerte y la incertidumbre que provoca en nosotros es lo que incita al arte, lo que nos hace proponer, lo que nos da ansias de plasmar, dejar un registro de todo lo que existe para que cuando deje de existir haya una prueba.
Plasmar nuestros más grandes miedos y angustias para exorcizarlas.  Exteriorizar por largo tiempo esa idea, ese sentimiento humano que nos es común. La vida será un lapso, pero el arte se mantiene permanentemente en el tiempo, porque habla de ese lenguaje que compartimos, ese sentimiento humano que nos es común.
Es la imagen la que honra cada día lo que representa, es la realidad de la propia realidad. Es el perpetuar la presencia de lo que designa.
Probablemente nos falta hacerle honor a la muerte, una fiesta cómo la celebrada cada año en el día de los muertos. Una fecha que nos permita recordar quienes se han ido, una fecha que nos recuerde que la muerte nos llaga a todos por igual y que aunque el tiempo aflige, y aflige también la incertidumbre, no habrá vida que valga la pena vivir, si no por su finitud.

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