«Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo
por
Dios, por mí, por mi dolor acerbo,
por tu poder fatal
dime si alguna vez a
Leonora
volveré a ver en la eternal aurora
donde feliz con los querubes
mora »;
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
Poema El Cuervo-Edgar Allan PoeLa
muerte está presente en nuestras vidas en cada momento, es multiforme, se
acerca a nuestras vidas como una sombra que se posa sobre nosotros, nuestros
seres más queridos y sobre toda forma de vida en la tierra, arrasa como un
fenómeno las poblaciones. Es la enfermedad, es la muerte contra lo que se
lucha, es a lo que añoramos escapar, a la muerte súbita, a la muerte lenta, a
desaparecer sin dejar ningún vestigio de nuestra existencia en este planeta.
La
finitud humana es la cuestión vital, sabemos que moriremos, sabemos que
nuestros familiares y amigos morirán y no podemos hacer nada al respecto. Es
una certeza que tenemos día a día y que nos angustia, nos abruma.
En
Grecia, los mitos fueron los primeros en retar a la muerte. Los héroes
burlaban la muerte una y otra vez y lograban la inmortalidad. Inmortalidad en
el sentido más etéreo pues, se conseguía solo después de morir en combate.
Este
es uno de nuestros mayores afanes, ser inmortales como los héroes, ser
inmortales a través de un acto, de un logro, ser recordados eternamente sino
podemos ser eternamente cuerpo presente.
Desde
los albores de la existencia los hombres, seres sociales por naturaleza han
visto la defunción de sus semejantes, de sus parejas de sus descendientes. ¿Qué
hacer ante un cuerpo que ha perdido la movilidad, los sentidos? Los primeros
hombres deben a ver visto semejante suceso. El entendimiento de aquel primer hombre
no estaba lo suficientemente desarrollado para racionalizar este hecho.
Debió
haber sido una revelación para él, una revelación que infundaría el miedo,
puesto que, si bien a veces la muerte llega advertida después de un
accidente o una enfermedad, también puede llegar sin previo aviso. ¿Cuánto
miedo sentirían aquellos seres sin saber la causa de una muerte? ¿Cuán
angustioso vivir sin saber si él o el que camino a su lado caerá
irremediablemente sin volver a levantarse.
Se
tiene conocimiento de los primeros ritos funerarios del hombre que se remontan
al período mustiense en el paleolítico, dónde los hombres tomaron consciencia
de la muerte y comenzaron los ritos de inhumación. Los cuerpos se decoraban con
cabezas de animales y flores, se enterraban con armas, para que el difunto
pudiera procurarse el alimento en el más allá.
¿El
más allá? Aún hoy, lo que acontece después de la muerte es un misterio. Tal vez
las civilizaciones antiguas fueron sabias en preparar a los cuerpos para un
viaje, para una vida después de la muerte. Los griegos debían pagar el pasaje a
Caronte, los egipcios crearon el Libro de los Muertos para guiar a los difuntos
en ese recorrido de ultratumba, y los dotaban de riquezas. La muerte era tan
importante como la vida.
Sin
embargo, no podemos estar tranquilos, la muerte nos hace vulnerables, nos
atemoriza, tememos la muerte de aquellos que amamos más que la propia. Por
miedo a la soledad, por miedo al recuerdo, por miedo al olvido. Tomamos fotos,
hacemos pinturas, dibujos, esculturas. No sabemos vivir con la muerte, y por
eso ansiamos morir antes que aquellos que amamos. Porque la muerte es dulce y
apacigua el miedo y el dolor, pero solo si es la nuestra.
Buscamos
prolongar la presencia por medio de algún soporte material que podamos
atesorar, para evitar el olvido; pero le tememos a la imagen porque evoca el
recuerdo. Pero es necesaria, es necesaria la imagen de aquellos que no están,
porque si ya no caminan entre nosotros, deben seguir acompañándonos, nos
aferramos a ellos y no los dejamos ir.
¿qué
podemos hacer con esa angustia de vivir en dos tiempos diferentes al propio?
Pensamos en el pasado, recordando a los que no están y angustiados por el
futuro pensando en aquellos que podemos perder. ¿cómo aceptarlo, cómo aceptar
nuestra mortalidad?
Ésta
es la sociedad de las ansias de inmortalidad, de la preservación, de la
juventud. No nos interesa solamente ser inmortales, queremos ser bellos hasta
el día de morir, nuestra medicina se refina cada día más para retardar el
proceso. Luchamos fervorosamente contra la muerte.
Pero
llega el momento en que vemos la muerte junto a nosotros y somos impotentes, la
única manera de aprender a morir es aprendiendo a vivir con la muerte. Honramos
la vida y despreciamos la muerte. Pero sin muerte no habría vida, por lo menos
no podríamos discernirla y apreciarla, ésa es la paradoja.
Tal
vez lo necesario es honrar a la muerte, así como honramos a la vida, porque es
la que permite el descanso, es la permite la vida, es el equilibrio que
completa el ciclo vital.
No
podemos dejar atrás nuestras imágenes, porque no podemos olvidar nuestros
muertos aunque así se quiera, no podemos dejar atrás nuestros ritos; estos
ritos funerarios son necesarios para el hombre, ayudan a aceptar, a hacer el
duelo, a despedirse. No podríamos estar tranquilos sabiendo que nuestros seres
más queridos no están bien, que sufren, que padecen. Los ritos son para
nosotros, para nuestra tranquilidad.
La
muerte y la incertidumbre que provoca en nosotros es lo que incita al arte, lo
que nos hace proponer, lo que nos da ansias de plasmar, dejar un registro de
todo lo que existe para que cuando deje de existir haya una prueba.
Plasmar
nuestros más grandes miedos y angustias para exorcizarlas. Exteriorizar
por largo tiempo esa idea, ese sentimiento humano que nos es común. La vida
será un lapso, pero el arte se mantiene permanentemente en el tiempo, porque
habla de ese lenguaje que compartimos, ese sentimiento humano que nos es común.
Es la
imagen la que honra cada día lo que representa, es la realidad de la propia
realidad. Es el perpetuar la presencia de lo que designa.
Probablemente
nos falta hacerle honor a la muerte, una fiesta cómo la celebrada cada año en
el día de los muertos. Una fecha que nos permita recordar quienes se han ido,
una fecha que nos recuerde que la muerte nos llaga a todos por igual y que
aunque el tiempo aflige, y aflige también la incertidumbre, no habrá vida que
valga la pena vivir, si no por su finitud.
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